lunes, 24 de septiembre de 2012

El Típico Don Juan

El 25 de abril acudí como de costumbre a la oficina parroquial porque era el cumpleaños de Guillermo. Resulta que no es el 25 sino el 24 el día que  padre Bill nació, pero yo estilaba ir al día siguiente porque en muchas ocasiones no lo encontraba  en su día y supuse que lo hacía con conocimiento de causa porque él es una persona tímida  y no le gusta mucho la extravagancia y las celebraciones festivas en torno a su persona. Me senté en el parque frente al lugar de trabajo del sacerdote para verlo  cuando llegue a la oficina. Leía uno de los cuentos de Ernest Hemingway cuando de pronto se  sentó en el banco del lado una pareja de jóvenes. Eran las once y veinte minutos de la mañana. Él residía aquí en Comendador y ella se había desplazado desde el Distrito Nacional para darse una vueltecita por el mercado. No habían trascurrido 30 segundos y ya él había iniciado el relato de la vida sentimental con su pareja. Le decía a la chica que su esposa era muy celosa y lo tenía cansado de pelear. Que no podía escuchar el timbre del teléfono porque de inmediato lo estaba monitoreando para saber con quién hablaba. Eso había provocado que él la dejara de querer y ya se había separado de ella.
La historia continuó con un relato pormenorizado de sus planes económicos para generar una fortuna incalculable y buscar a la mujer ideal. Estaban sentados tan cerca de mí que no pude sustraerme del monólogo sentimental de Chimbolo, hasta el punto que simulaba continuar mi lectura de “El vendaval de tres días”. Ella escuchaba  con paciencia a su pretendiente inconfeso y al darse cuenta  de mi cercanía intuyó que yo escuchaba la conversación y con una mirada suspicaz me decía:” este pendejo cree que yo estoy loca”. Él continuaba su discurso con los más variados recursos líricos, pero sin darse cuenta de que sus promesas no impactaban en la sensibilidad de Chita. No concebía la posibilidad de que ella fuera más astuta que él en esas lides y fue preparado con un  arsenal para cazar del primer disparo a su presa.
Cuando Chita intervino por primera vez lo hizo para preguntarle por qué lo cela su esposa. La respuesta, cargada de tigueraje, fue inmediata:
_Tu sabes, un hombre como yo tiene muchas amigas y amigos.
_Amigas como yo, respondió Chita.
_Sí, le respondió Chimbolo. Ella esta celosa de ti.
_ ¿De mí? Sorprendida preguntó Chita. Y en seguida le dijo:
_Pero ella no me conoce; así que si sabe algo de mí es porque tú se lo has contado.
Él vaciló, se paró del banco, caminó un poco y volvió, para de inmediato encontrarse con esta pregunta de Chita.
_ ¿A cuántas tú les habrás dicho lo mismo?
_No, tu sabes, yo solo estoy pa’ ti. Si lo dudas dime que haga algo ahora mismo para que veas quién soy yo.
Parece que Chimbolo lo había ensayado sin pensar en la posibilidad de que todos sus argumentos serían desmontados por la mujer que ha aprendido en la escuela de la vida. A la velocidad de la luz Chita le respondió.
_Sí, vamos.Llévame  a donde tu esposa  y cuéntale la promesa que me has hecho y desde ese momento soy toda tuya.
Esa respuesta lo desarmó. En mi vida no había visto a alguien palidecer y temblar de la forma que lo hizo Chimbolo. Movía las piernas, se las tocaba con las dos manos, miraba hacia todos los lados y enmudeció. No sabía qué hacer para abandonar el lugar. Su perturbación  empeoró debido a que él se dio cuenta de yo era parte de la conversación  porque la sentencia de Chita fue tan estremecedora que hasta a mí me impactó y no tuve otra alternativa más que reír discretamente. Luego no sé de dónde sacó fuerzas para decir:
_Uno es hombre, pero a eso no me atrevo.
_Eso es lo que te pido, respondió Chita. Que una vez en tu vida te portes como un hombre y te llenes de valor para que me lleves a donde tu esposa.
_Dime que no me quieres, pero no me pidas eso, dijo Chimbolo.
Miró el reloj. Vio que habían transcurrido cuarenta minutos.
_Son las doce, la sirena va a pitar.
No terminó la frase, cuando ya se escuchaba el sonido intenso de una chicharra que ha estado ahí, frente al parque por más de cincuenta años y que habrá sacado de apuros a otros tantos como Chimbolo.
_Tengo que hacer una diligencia, le dijo a Chita.
_Sí, yo también tengo que entrar al banco a buscar con qué comprar algo en el mercado.
Chimbolo abandonó de inmediato el lugar en dirección hacia el Norte, pero Chita, que me había hecho parte de encuentro, se quedó sentada en el banco esperando que él se alejara del lugar para despedirse de mí.
_Este palomo, está acostumbrado a darle su muela a estas campesinas de aquí y cree que me va  a embullar con cuentos, se volteó y me dijo. Y completó de forma jocosa:
_ ¡Que le vaya a comprar la leche y la comida a sus hijos y a su esposa! A lo mejor  no se la merece.
Lo que yo nunca imaginé fue que iba a encontrar tanta coincidencia entre el diálogo de Chimbolo y Chita con la historia que narra Hemingway en el cuento que estaba leyendo: “Enamórate de quién quieras, pero no dejes que te destruyan la vida”, le dijo Bill a Nick.