domingo, 4 de agosto de 2013

Dios es mi aliado

            La relación  de cada persona con Dios es particular y diferente. Yo no dudo de su existencia y si dudara sé que él no se enojaría conmigo como dijo Benedetti.
          Él es el tipo más simpático y divertido que he conocido y su sentido del humor me impresiona porque tiene una selección interesante de hechos para darse a conocer y expresar el aprecio, la defensa y protección de sus hijos. Su humor también actúa para decir las cosas que considera reprochables.
          Conmigo Dios comenzó a muy temprana edad. La primera advertencia de su existencia me la envió con mi madre en el 1962. Ella tenía tres meses de embarazo cuando decidió acompañar a mi padre a Palma Sola en su condición de activista del grupo que lideraban Los Mellizos. Cada día la situación empeoraba con la llegada de los militares. Mi padre viajó a Hato Viejo para vender un becerro para el sustento de toda la familia y no tuvo tiempo de regresar con el dinero porque la masacre había comenzado. Una parte de la familia fue encerrada en una iglesia y mi madre quedó atrapada con una hermana suya en una casa llena de liboristas. En el vientre de ella había un producto con tres meses de gestación, quienes sobrevieron a la matanza de todos los que habitaban la casa  y a cinco días sin consumir ningún tipo de alimentos.
       Cuando todo se calmó, mi madre, junto a toda la familia, inició el regreso a casa, a pie y en un burro, unos 75 kilómetros. Dios estaba ahí para que ella no abortara y pudiera regresar a su casa para seguir dándole vida a quien el día primero de junio  del año siguiente sería su tercer hijo.
           En el 1995 iba para la oficina de CARE en San Juan para la reunión de los lunes, a una velocidad superior a los 90 Km/hora, cuando en la recta de Olivero un caballo intentó atravesar la pista al frente mío y cuando casi nos encontramos se cayó en el pavimento  y pude pasar a pulgadas de su cuerpo. El chófer de un vehículo del transporte público que vio el acontecimiento me preguntó ¿ qué fue lo que hiciste? Me reí y le respondí: yo, nada.
         En el año dos mil un grupo de compañeros de trabajo planearon un viaje para conocer algunas comunidades del noroeste del país. De repente el plan fue cambiado y me dejaron. Yo desconocía que el viaje estaba en curso cuando  recibí una llamada  de rescate: un accidente del que escapé de forma milagrosa.
          El dos mil fue un año especial porque en uno de esos días que uno disfruta, una mañana, de regreso a la oficina, luego de una visita a la zona rural en el desempeño de mis funciones, una gallina fue la héroe salvadora. Sucedió que en la ruta hacia la ciudad, en un camino lleno de obstáculos, de repente se presentó una gallina como con diez pollitos. La respuesta natural era intentar salvar las aves rurales, como al efecto así sucedió, pero de no haberlo hecho me habría encontrado con otro vehículo que se desplazaba por la angosta vía a una velocidad imprudente y en el carril o calzada que me correspondía, por lo que era de suponer una colisión de frente,¿eh?, que nos habría cambiado el nombre. 
        En el 2004, cuando regresaba a casa de Bánica de mi trabajo en Propesur, luego de que pasé, detrás de mi, a menos de un metro, cayó un árbol gigante, que algunos llaman Caya. Me detuve, a mirar a quien en segundos antes se había convertido en aliado de mi vida. En breve tiempo llego una camioneta y su conductor me preguntó¿cómo pasó? A este le respondí: ella y yo nos pusimos de acuerdo para que me dejase pasar. El conductor dudo y me preguntó ¿va o viene? Mi respuesta a esa pregunta fue: son las seis de la tarde. A seguidas el conductor dijo: "ah, po' e' verdá".
           Parece que Dios, con la ola de calor que nos está afectando, me tenía una broma de esas que él sabe hacerme. Decidí irme al parque de mi barrio  y sentarme  a refrescarme. Todavía aquí uno puede sentarse en el parque a cualquier hora. Sentado allá sentí que me cayeron unas cuantas frutas encima de las matas. En ese momento pensé que era alguno de los jóvenes del barrio haciéndome una broma, pero cada vez era mayor la cantidad de semillas que me caían encima. Inmediatamente pensé en temblor de tierra y eso me hizo mirar la mata de mango que estaba detrás de mí. Antes de cinco segundos ella estaba sentada en el banco que yo dormía y se había puesto los zapatos míos que no tuve tiempo de recordar que andaba con ellos. 
         Ahí está tendida, una mata centenaria, a cuya caída sobreviví, en espera de su recogida, y como una muestra más de que, en definitiva, Dios es mi aliado.