miércoles, 6 de diciembre de 2017

Dignidad


Cuando un estudiante del bachillerato expuso un ensayo de Bosch titulado “La palabra dignidad” me pareció una elección poco atractiva por la valía de los cuentos del maestro. No me impacto. Sin embargo el pasado viernes 27 de enero cuando viajaba a Santo Domingo un acontecimiento en la avenida Lincoln hizo que evoque aquella exposición y eso me animó a escribir estas líneas. 
En el 1976 estudie en Sabana Larga con un joven que apenas hablaba. Es una persona extremadamente tímida, de origen similar al mío, pobre dentro de los pobres. Cursamos juntos el 5to y el 6to grado del nivel primario en la Escuela Básica Sabana Larga, hoy Víctor Lorenzo.
Víctor Lorenzo significó para sus estudiantes y compañeros de trabajo el modelo de docente que necesita la educación. Él y el profesor Chin eran y son símbolos de todos los profesionales de la citada localidad.
Debido a que los grados de la intermedia no se impartían en esas comunidades migré en el 1978 hacia El Coabal para continuar mi educación en el liceo Gastòn F. Deligne.
Desde esa fecha perdí de vista a mi compañero de escuela. En el 1997 lo volví a ver. Yo estudiaba en la Universidad Católica de Santo Domingo, gracias a la generosidad de la parroquia Santa Teresa, cuando un sábado, luego de salir de las clases, me encontré con un soldado de aquí que me dijo: “su líder esta ahí”. No tenía planeado entrar a la librería, pero al informarme de que el Presidente estaba ahí entre a mirar libros para ver si me topaba con él y, efectivamente, nos topamos. Quise identificarme, pero este me interrumpió diciendo: “Sé quién es usted”. Y a seguidas me preguntó: “¿y su compañera, la voluntaria del Cuerpo de Paz?”. Fue un minuto de conversación amigable, el había comprado cuatro libros voluminosos, los que me dijo leería en cuatro meses porque lee cuatro horas diarias, supongo que ahora que está desempleado leerá más horas.
Al salir de la librería tuve otra grata sorpresa: el encuentro con el compañero de escuela que hacía 19 años no veía. No me conoció, pero cuando le dije su nombre me dio un abrazo de esos que no tienen espinas y solo atino a decir: “estudiábamos juntos en Sabana Larga, tu eres de Hato Viejo, ¿verdad?.
Sí, le respondí, yo soy Morenin.
Les confieso que he visto pocas sonrisas gratas como las que recibí en ese momento. Él vendía vegetales a los transeúntes, me presento su mercancía con la expresión de que “coja lo que usted quiera ahí”. Pese a que me iba a quedar en Santo Domingo por el fin de semana le dije que no, porque regresaría ese mismo día a Elías Piña, quiso que aceptara un aguacate para “el almuerzo en el camino”. No acepté.
Fue la única vez que lo vi durante mis estudios en la universidad, jamás lo había visto hasta el pasado viernes. Había un tapón en la Avenida 27 de Febrero con Lincoln, cuando de repente vi a ese hombre con las barbas blancas por las inclemencias del tiempo. Él es inconfundible para mí porque mide unos seis pies de altura y sobresalía por encima de todos los vehículos y personas.
Él ha vendido vegetales por más de 30 años y lo ha hecho con dignidad. Apenas cursó el 6to grado, pero es un hombre decente, generoso, agradable, buen compañero. Recuerdo que le pregunte que si siguió estudiando y me dijo que no, que “con esto yo mantengo a mi familia, he tenido algunos trabajitos pero este no lo dejo”.
Cada vez que oigo hablar de dignidad recuerdo a mi madre, que cuando no teníamos qué comer y yo no estaba en casa cerraba la puerta para que los vecinos creyeran que no estaba ahí, de la esposa del coronel que cuando se termino el maíz del gallo ponía a hervir piedras para que los vecinos creyeran que estaba cocinando y rechazaba los regalos de la novia de Agustìn, y a él. Se puede ser pobre y vivir con dignidad, mi compañero de estudios es una muestra de ello. Ojala un día tenga el permiso de revelar su nombre, aunque estoy convencido que él nunca me haría lo que le hizo Miguel Reyes Palencia a García Márquez si lo revelo sin su permiso.

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