miércoles, 6 de diciembre de 2017

Otra travesura


Un día escuche a mi madre decir que a ella nadie la engaña ni la “embabuca” con peo entre macuto. En el momento no le di importancia, pero cuando escuche la historia del rebu por el peo la recordé y pensé que era posible atrapar un peo. A partir de ahí comencé a ensayar para ver si atrapaba uno. Utilice todo tipo de envases: botellas, galones, recuerdo que coleccionaba las tusas de maíz para taparlos, todos los esfuerzos fracasaron. Por un tiempo abandoné la idea hasta que vi a mi hermano anterior llenar una funda plástica de aire soplando, ese fue un gran descubrimiento para mí porque era una posibilidad para concretar mi plan de atrapar un peo. El primer intento fue con una funda de rayas negras y blancas que usábamos en el colmado para vender el azúcar y el arroz, cuando se trataba de una cantidad superior a una libra. Les confieso que me asuste de la explosión, no sé si fue por la descarga o por algún objeto que perforó el recipiente, el estruendo solo se pareció al provocado por la explosión de la funda que amarre, luego, en la cola de un gato negro, del que perdí la confianza para siempre. Después de varios intentos, al fin, logre atrapar uno. Era Sábado Santo, había comido habichuelas y habas todo el día anterior, tenía disparos acumulados, por si alguno fallaba, me fui a la mata de mango a esperar la mejor oportunidad para mi hazaña, Energilia solo se preguntaba qué es lo que acecha Morenin ahí, Marino le respondió que eso era algún pajarito que quería cazar, como conocedor de mi arte con el tirapiedras.
- Pero tiene una funda, dijo Energilia.
-Para echar lo que cace, respondió Marino.
En realidad acudí a hacer uno o varios disparos para cazar mi presa, pero la herramienta no era un tirapiedras, era una funda, y la caza no era de aves, era de peos.
A eso de la una de la tarde pensé que llego mi primera oportunidad, pero me asuste porque me llamaron de la casa para que coma porque al decir de mi madre me estaba muriendo del hambre. Fui, comí un chin y volví a la mata de mango, que aun da frutos. No espere mucho, el almuerzo entro en competencia con las habas y las habichuelas con dulce, al primer intento lo capture, pero tenía dudas si lo encerraba o si hacia otro intento, porque creí que no salió solo, decidí encerrarlo y amarrar la funda con hilo del que cosían las fundas de maní de la Manisera. Lo cubrí con varias fundas para evitar un escape, lo guarde con la intención de hacer un desorden, hasta que llegó el día.
Yo dormía en un catre con mis dos hermanos mayores, en el lado norte del aposento, el piso de la casa era de tierra y las paredes eran de tablas de palmas y tejamaní, contiguo a la habitación estaba la enramada en donde se celebraba una fiesta a los santos todos los años el día 25 de diciembre. En el borde interior nació una mata de chinola en el mismo horcón central. Para que pudiera crecer la matita de chinola hice un hoyito entre las tablas y el piso de tierra, en efecto creció y sirvió de techo a toda la enramada, jamás hubo que maltratar una mata de palma o de coco en el patio para cobijar la enramada y la producción fue impresionante, hasta que decidieron cortarla porque llamaba ratones para la casa. Al cortarla quedó la comunicación entre el aposento y el patio de la fiesta, un hoyo que nunca más se tapó.
El día de la travesura yo estaba de mal humor, por un hecho anterior, se había peleado en otra fiesta en años anteriores, eran las siete de la noche, los músicos estaban borrachos y yo quería que termine para que se vayan, porque no quería ser parte de otro rebù, para ello la mejor alternativa era el peo amarrado, fui a la jalda, me subí en la mata de palo de chivo, solté la funda que todos preguntaban qué es eso, me metí debajo del catre, introduje la boca de la funda por la abertura que había dejado la mata de chinola y le corte el hilo con una navaja.

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