miércoles, 1 de abril de 2020

Buen amigo



Sé que puede parecer exagerado cuando escribo porque a veces cuento cosas que siendo verdad no logro convencer a quiénes las escuchan o leen. Por eso haré un esfuerzo para no contar cosas increíbles producto de la imaginación del campesino más creativo que he conocido. Marino se dio a conocer por un hecho muy particular: ese domingo se levantó a las seis de la mañana, fue a los Cerros, mudó los animales y cortó una mata para hacer un yugo que le habían encargado hacía una semana. De paso se trajo un trozo de madera seca  para la casa para hacerle el cabo al pico que se había roto arrancando un tronco de tabaco en la rejolla que estaba destoconando para sembrarla de víveres.
La madera le resultó muy dura y no terminó a la hora que tenía prevista, a las 9:30 AM, porque en media hora tendría que ir a la Capilla para presidir la Celebración de la Palabra. Ante esa disyuntiva tenía que faltar a  su responsabilidad con la fe o a la palabra empeñada con Nipí, quien vendría desde muy lejos a buscar una herramienta de trabajo fundamental para su actividad productiva, la agricultura. De pronto se le ocurrió una solución mágica, para no faltarle ni a la fe ni al amigo; le colgó una Biblia en el cuello a Buen Amigo con una nota escueta: “den ustedes la celebración de la palabra de Dios”.
Ese fue un día especial para la comunidad porque estaban acostumbrados  a los mensajes humanos, de hombres y mujeres  llegados de otras tierras, pero no de un perro, que por demás era negro, y el negro por la superstición no por el color. Fue sorprendente para mí escuchar a personas decir que parecía  que Marino se había convertido en un canino. Ese acontecimiento hizo que toda la comunidad se agrupara en la puerta y en los alrededores de la capilla para ver cómo Buen Amigo se volvería de nuevo la persona que todos creían era el perro. Nadie quiso acercarse al animal, pese a que este permanecía en la puerta con los ojos resplandecientes en espera de que el sustituto del líder iniciara la celebración. Luego Pimpín sugirió que busquen una Biblia en el vecino y fue entonces cuando un adolescente acompañó y ayudó con las lecturas a una mujer para “hacer lo que se pueda” en nombre del Señor. Ella no sabía de letras y él no sabía de rezos, ella aportó la fe y él la ciencia, la iglesia se llenó de gente que nunca había asistido a una celebración. El perro permaneció pacientemente hasta el final de la actividad religiosa. Algunos aseguraban que no era un perro y que tan pronto termine la oración se irán tras el animal para ver lo que pasó porque si es él van a hablar con el padre para que lo cambien porque no permitirán que un galipote sea el que de la misa en su comunidad. Buscaron incienso y agua bendita para ver si el animal resistía el baño y el humo, el perro ni se inmutó, permaneció en su esquina como un feligrés más.
A las once ya la celebración había terminado, y también Nipí había llegado a la casa de Marino. Nadie se atrevía a echar para fuera  de la capilla al perro,  pero tampoco querían dejarla abierta con el ahí, hasta que surgió la idea de que todos se fueran y que el Pinto lo aceche porque era el único que podría pelear con el si de verdad era una persona convertida en animal. La duda aumentó cuando una señora que compraba guanos para tejer macutos dijo que quería ver a Marino y que pasó por su casa y esta estaba cerrada. Todos se miraron y uno atinó a decir: “ ta’ cogío, de esta no se salva, ese es él”. Chipuá, que acababa de llegar y no sabía nada se quedó sorprendida porque no sabía por qué ellos decían eso. Algunos le señalaban con el índice hacia dentro de la capilla y  creyó que se trataba de que a quién ella estaba buscando estaba ahí dentro, se desmontó de su burro, entró para ver  y lo único que encontró fue un perro con una Biblia colgada del cuello, detalle que paso desapercibido por ella por el enojo que tenía con los presentes debido a que creía que estos se estaban burlando de ella. Dijo algunas palabras en su castellano mezclado con creole y siguió hacia Cañada Grande en busca de la materia prima para su actividad productiva. Ella tenía una especie de industria del guano. Los creyentes seguían en los alrededores del local religioso esperando por Buen Amigo.
A las doce Marino había terminado de arreglar el pico y se había ido a la tina a echarse agua para refrescarse. De paso se llevó el hacha por si el río había traído algo que cortar. Extrañado de que Buen Amigo no había regresado decidió devolverse de la tina para la casa, pero no lo hizo por el camino habitual, lo hizo por el otro lado, cañada arriba, para salir en la puerta de la bija.  Para su sorpresa se encuentra con el Pinto que había salido corriendo de la capilla para anticiparse a la llegada del perro a la casa.
_ ¿Y usted por aquí?, le pregunta a Pinto.
_Sí, busco un animal que se me ha perdido, respondió.
_ Pero sus animales solo bajan a beber al río cuando en los Cerros no hay agua y ahora está lloviendo mucho, le dijo Marino.
 Pinto lo mira con suspicacia y se despide. Marino continuó caminando hacia su casa, que estaba como a doscientos metros de la cañada, y al llegar a la mata de mango vio una cantidad de personas  en el patio de la casa. Asoció eso con la suspicacia de Pinto y pensó  que algo había sucedido. Nunca pensó en el perro porque para él era sencillo  asumir que este era solo un mensajero y que tan pronto vieran la Biblia y la nota que envió se darían cuenta de que Buen Amigo fue de parte  suya. No calculó el morbo y la superstición, por lo que jamás imaginó que nadie leyó la nota que el perro había llevado con el mensaje y la lectura correspondiente para ese domingo. No sabía si llegar o quedarse escondido para que los curiosos abandonaran el lugar, estaba ansioso de saber qué pasaba. Cada minuto que pasaba aumentaba la tensión de Marino,  y de los presentes porque él no llegaba y tampoco el emisario del Señor. La curiosidad y perturbación aumentaba en los feligreses porque ellos lo vieron llegar hasta la mata de mango y cuando se sentó debajo de ella. De Buen Amigo lo único que sabían era que lo habían dejado allá en la iglesia y, después de una hora, no había regresado a su casa, lo que los hacía pensar que Marino y el perro eran un único ser.
Mamita sugirió que se fueran y escondieran detrás del cerro para que él llegue porque parecía que tenía vergüenza o miedo. En eso llegó por detrás Pinto y preguntó que si ninguno de los dos había llegado, porque hacía una hora que Buen Amigo había salido de la iglesia y como quince minutos que habló con Marino, que, según aseguró, es el mismo. Las horas corrían, ni los ausentes llegaban, ni los presentes se ausentaban. Se acercaba la hora de que los demás integrantes de la familia regresaran de visitar,  junto a la madre,  a los abuelos en el Fondo, lo que, según algunos, será un acontecimiento porque estos están ajenos a lo que está sucediendo.
El ambiente estaba tan tenso que nadie se dio cuenta de la amenaza de la lluvia, tan cerca como en el monte de la tina. La brisa hizo gotear un coco y algunos pensaron que el espíritu de los dos en uno lo había tumbado para asustarlos. La lluvia había  retrasado el regreso de la familia porque los abuelos no permitieron que salieran con ese tiempo porque los truenos asustaban al más descarnado de todos. Sugirieron que se quedasen a dormir allá. Marino estaba preocupado porque al flaquindé  no le podía caer una gota de agua lluvia por la gripe que tenía y no había podido llegar a la casa para ir a buscar la familia antes de que la noche los coja allá abajo. No quería dar ninguna explicación de porqué mandó la Biblia con Buen Amigo debido a que era domingo y ese día es del Señor y él se quedó porque estaba terminando de hacer el yugo y el cabo del pico que  utilizarían él y su amigo para destoconar  los Cerros en donde sembrarían el alimento familiar cuando la luna esté llena en el mes de junio.
El tiempo lo venció, decidió llegar cuando solo quedaban algunos debido a que la amenaza de la lluvia había provocado que la mayoría abandonara el lugar. Llegó, saludo a todos, tenía vergüenza porque no sabía qué decirles, pensó que fueron a saber el porqué de su inasistencia a la celebración de la Palabra. A todos le dio un apretón de manos, menos al Pinto. Entró, guardó el hacha y salió de nuevo. Se miraban unos a otros y no se decían palabras. Todos se preguntaban por qué no saludó al Pinto, seguros de que estaba enojado porque lo estaba acechando.  Cuando Marino entró a guardar el hacha encontró a Buen Amigo debajo de la mesa con la Biblia en el cuello, se la quitó y la puso en la mesa de los santos, antes de salir a hablar con sus hermanos de la fe que seguían en el patio.