miércoles, 7 de mayo de 2014

Veinte en el funeral

Trifilio era un intelectual pintoresco de la Sierrecita, nacido en la dictadura de Trujillo. Temprano abandonó la escuela para educarse. Aprendió cultura, historia, música, arte y, como era de esperarse, aprendió en las mismas entrañas de la naturaleza, todo lo relativo a la flora, la fauna, los bosques, minería y agua, yendo con su madre al río Artibonito.
A medidas que crecía sus curiosidades aumentaban; ya a los quince años de edad había emigrado a la ciudad porque en la Sierrecita “no tenía con quién hablar”.
En la ciudad se involucró en todo tipo de grupos sociales, sin importar la naturaleza de estos: revolucionarios, constitucionalistas, políticos, gremiales, reivindicativos, y hasta patrióticos. Pronto fue ganando fama de figura pública y de intelectual provinciano, sin perjuicio de sus ensayos vocalísticos. Dicen que Sandro le quedaba chiquito cuando él aceitaba la garganta.
Desarrolló varias facetas  y capacidades en el arte, la cultura, y en la política. Quizás estuvo más cerca del reptil de Isabel Allende que del insecto de Kafka. Pese a ello ha dejado un legado incuestionable a su generación y a todas las generaciones por venir. Todos acudían a él por distintos motivos porque era un referente obligado en su pueblo, sin importar la cuestión todos creían que él tenía la respuesta a sus preguntas.
En uno de esos encuentros que se gestan por el azar se acercó a un ciudadano para exponerle sus proyectos futuros, como de costumbre lo hacía con cada tarea que iba a emprender. Parecían confesiones y despedidas como para si algo pasara quedara un testigo. El ciudadano reaccionó sorprendido y a la vez agradecido por la confianza que depositó en él Trifilio. Ambos tenían en común  la preocupación social e intelectual y diferían en aspectos ideológicos de forma y de fondo.
Uno de los temas que más a profundidad tocaron fue la realidad socio económica de la provincia. Cómo es posible que hoy día tengamos una población con 4.6 años promedio de escolaridad, 74.6 % de los hogares son pobres, el 42.3% de las familias no tiene ni para comer, se preguntó el ciudadano, a lo que Trifilio asintió con la cabeza y completó diciendo: “hermano, usted me está dando datos como para que yo escriba un libro”.
La conversación siguió su curso en espera del inicio del cumpleaños de un ilustre de la comunidad. Crecía la empatía y disminuían las contradicciones en el plano intelectual. En el ideológico no hay punto medio: o se es liberal o se es conservador o no se es ninguno de los dos. Estos últimos son parte de los errores de Dios.
De repente se produjo un anuncio en el evento de la coincidencia: “solo esperamos a Jandita para empezar el cumpleaños”, dijo la anfitriona, Mechy. Trifilio le susurró al ciudadano que empezará la celebración, no el cumpleaños porque a esa hora este estaba finalizando y de inmediato  lo sorprendió con esta petición: “Quiero que digas unas palabras en mi funeral”.
El ciudadano palideció por la petición. Por su mente pasó cualquier cantidad de pensamientos antes de responderle a Trifilio. Este hombre se está muriendo vivo, pensó. Sabía que tenía que tomar una decisión y dar una respuesta al respecto, pero no sabía si aceptar o no. Solo se le ocurrió ir al vehículo, buscar su agenda y un lapicero y pedirle a Trifilio que le escriba eso en la fecha del día, como si el cumpleaños de su maestro no bastaba.
En silencio, tomó la agenda y el lapicero y le hizo la petición por escrito al ciudadano. Ni Trifilio ni el ciudadano recordaron a Juan Ruiz de Alarcón en “Las paredes oyen”, porque otro participante en el cumpleaños había escuchado todo lo  que ambos habían dicho, pero no opinó. Lo que jamás imaginó el ciudadano fue  que el vecino era quién tenía la encomienda de conducir los actos del funeral cuando Trifilio respire por última vez, a petición de su esposa Reyita.
A partir de esa noche  había cierta suspicacia del Científico cuando se encontraba con el ciudadano, sin que el último advirtiera la razón. No sabía que el Científico había escuchado la conversación ni que  tenía todo preparado. Se reía a carcajada como alguien que guarda un secreto y se burla de los involucrados. Hacia cualquier esfuerzo para coincidir con el ciudadano para, de alguna manera, intrigarlo, hasta que una tarde de marzo se acerca y le dice:” usted dizque hablará en el funeral de Trifilio”.
El ciudadano solo atinó a decir: “Trifilio anda hablando eso”.
No, respondió el Científico.
Ahí se inició una conversación larga sobre asuntos de política, como termina todo en dominicana. Luego  el Científico se despidió: “prepárese para el funeral”, dijo.
La sentencia de muerte de Trifilio agitó el corazón del ciudadano y brotaron gotas de sudor de su frente porque perdería a un amigo y con ello tendría que hablar por primera vez en un entierro.
Apenas terminó la misa del jueves santo y ya las lonas estaban puestas en la casa de Reyita. Todos decían en el pueblo: ha muerto el marido de Reyita.
El viernes santo por la tarde acudimos todos al más grande de los funerales. La procesión comenzó en el parque y, luego de visitar a cada familia del pueblo, como el difunto lo había pedido, terminó en la iglesia.
Ahora, como de costumbre, daremos sepultura cristiana a Trifilio, dijo el sacerdote, para terminar el ceremonial. Trifilito, como le decían sus cercanos, fue un hombre sabio, bueno, que este pueblo no supo aprovechar, terminó diciendo el padre que vino de su país a la muerte de su compinche en las luchas provinciales.
Camino al cementerio iban 20 personas con sacos y corbatas de todos los colores. Eran notorios los vestidos de blanco y de morado.
Cuando entraron al cementerio no llevaron al difunto donde el varón; pasaron derecho con él para su morada final. Cuatro hombres sostenían el ataúd con un lienzo en los extremos, hasta localizar el lugar que a todo mortal espera para el final de los días que ha vivido en esta tierra. Estamos aquí acompañando a la familia Bergonia Urrutia en su dolor, dijo el Científico, antes de introducir el discurso final del entierro. Para terminar, dijo, escuchemos ahora unas palabras  que serán dirigidas a los concurrentes en memoria de Trifilio.

No pasaron tres segundos cuando 20 personas pidieron a los asistentes que les permitieran pasar para ponerse alrededor del ataúd. Diecinueve hombres trajeados y un ciudadano informal sacaron al mismo tiempo un discurso escrito. Todos leyeron  y terminaron al mismo tiempo la lectura de lo que cada uno por separado  había escrito en memoria del difunto, con una sola coincidencia: Amén.