sábado, 23 de julio de 2011

El burro se soltó

El día del examen de Geometría llegué al pueblo como a las seis de la mañana. Era lunes, día de mercado. Tenía que vender el carbón, antes de ir al liceo, porque el dinero era para mí y para comprar la comida de los que se quedaron en el campo. Como era de esperarse la gente estaba dormida y no fue hasta la siete y media cuando me compraron la primera lata. Caminé cada calle del pueblo buscando quién me compre todo el carbón y no encontré. Para ese tiempo se podía traer todo el carbón que uno quisiera porque no perseguían a los que esa actividad era su única posibilidad de producir dinero rápido. A las diez vendí la última lata de ocho que había traído. Mi padre cogió 35 pesos para “hacer el mercado” y me dejó cinco pesos para que pague en el colmado y siga cogiendo fiado. Inmediatamente me fui a la casa para prepararme para ir al examen. No había agua almacenada en los galones que habían perdido su color original para asumir otro que lo confundiera con el de la naturaleza. Me lavé la cara y las manos, me puse el uniforme y me fui para el liceo. Cuando llegué hacía una hora que el examen había terminado pero los compañeros y otros grados estaban en los pasillos. Subí al segundo nivel para hablar con el profesor. Tan  pronto me acerqué a la puerta él me pregunto:
__ ¿Qué le pasó?
No tuve tiempo de responderle porque él estaba corrigiendo expedientes y le llegó una amiga y por lo visto mi presencia no le era útil en ese momento. Sin que le respondiera me dijo:
__ Venga el miércoles que lo voy a examinar.
Inmediatamente volví alegre al encuentro de mis compañeros que estaban en el primer nivel para preguntarle qué le salió en el examen como una forma de tener una idea para mi examen del miércoles. La respuesta inmediata fue:
__Ese estaba vendiendo carbón por la mañana y por eso no vino a examinarse.
Quedé aturdido porque quien me respondió así era mi vecino que vivía en la misma ruta de mi casa al liceo y se estaba cepillando para sentarse en el palo de luz del frente de la casa a estudiar para el examen, cuando yo pasé con el burro cargado de carbón, y de quien esperaba me guardara el secreto de mi actividad productiva. Pero la vergüenza de vendedor callejero de carbón no podía ser superior a mi deseo de pasar la Geometría. Así que me quedé en el grupo  hasta escuchar el comentario de lo que les salió en el examen. Lo que yo no imaginaba era que la situación se me iba a complicar con la llegada de Tita. Esta, que nunca me dejaba en paz, se me acercó por detrás, sin que me diera cuenta, y solo atinó a decir:
__Este no se bañó. Tiene las orejas llenas de carbón. Es un puerco.
Ese acontecimiento me obligó a abandonar el lugar so pena de seguir soportando la burla de todos los que estaban ahí, comenzando con Andrés, el vecino que me había delatado. Por suerte para mí, el examen de Geometría era el último que me quedaba y el miércoles me iba a examinar sin mis compañeros.
El día del examen me levanté  a las cinco de la mañana a estudiar en una bombilla que la vecina del frente me había puesto a la disposición. Cuando ella se levantó pregunto:
__ ¿Quién es que está ahí?
__Yo, le respondí.
__Sigue estudiando, mi hijo, me dijo.
 Esa fue una gran motivación para mí porque sentí que de verdad hay seres que te complican la vida pero que también los hay que te la facilitan. Eso, precisamente fue lo que hicieron Quique y Titica conmigo,  facilitar la tarea de estudiar en una vida de carencias, con la voluntad como único recurso.
Acudí al examen a la hora pautada por el profesor. Estaba acompañado de su amiga cuando llegué, corrigiendo examen.
__Tenga su examen y siéntese donde quiera, me dijo.
__Gracias, le respondí y me senté lo más distante posible para no interrumpir su actividad, que lucía placentera por la profesión o por la compañía, o por la combinación de ambas.
A los cuarenta y cinco minutos había llenado el examen y quise entregarlo. Él le echó un vistazo y me lo devolvió.
__Revise su examen, me dijo.
Me puse nervioso. Sentí que había contestado mal algún ejercicio importante. Regresé a mi asiento y me puse a revisar cada ejercicio. De repente me dio la sensación de que alguien estaba cerca de mí. Cuando miré era la amiga del profesor que fue a advertirme de que había dejado un tema en blanco.
__Voltee el examen por detrás, me susurró al oído y se fue.
Recuerdo que fue la primera vez que tuve una mujer tan cerca de mí con ese olor a frescura de juventud, con una fragancia jamás olfateada por mí.
Yo había dejado en blanco el tema tres que eran unas figuras para determinar el valor de sus ángulos, un tema que en ese momento me apasionaba. Quizás por eso me lo devolvió el profesor porque él sabía que yo lo dominaba porque fue uno de los contenidos que trabajamos en la última semana de clases. Cuando terminé le entregué el examen de nuevo, a lo que me respondió:
__Dése una vuelta y vuelva en un rato para darle su nota.
Ese es el rato más largo de toda mi vida. No tenía reloj. Supongo que por eso el profesor no me fijó una hora específica. Me sentaba, me paraba, caminaba, miraba, me acercaba a los escalones del segundo nivel y luego me devolvía. Pasaban los minutos sin saber cuántos ni la hora que era. Ya había olvidado que a esa hora mi boca solo había visto agua. Los mareos del hambre habían pasado cuando de repente oigo esa voz femenina que pregunta:
__ ¿Dónde estás? El profesor te está esperando.
Más dura un pie en una braza que el tiempo que  yo tardé en subir al segundo nivel, un tanto asustado y nervioso. Me asomé a la puerta.
__Aquí estoy, le dije.
__Acérquese, me respondió con el examen en las manos.
Lleno de alegría, con la sonrisa que le caracterizaba me preguntó:
__ ¿Como cuánto usted cree que sacó?
__No sé, le respondí.
En realidad había visto de reojo el ocho delante, parcialmente tapado junto a la unidad o fracción de diez que resultó ser un seis.
Luego volvió a preguntarme sobre qué me pasó el día del examen que no me presenté a la hora indicada.
__ ¿Qué le pasó? ¿Por qué llegó tarde el lunes?
__El burro se soltó, atiné a decirle.
A partir de ese momento que conté con el apoyo de la vecina, del profesor, no permití que nada ni nadie perturbaran mi tarea de estudiar. Cuando mis compañeros intentaban burlarse de mi me sumaba a la chercha de ellos y les decía los sobre nombres que me ponían, hasta que me gané el respeto de ellos por una distinción en el año escolar siguiente que me hizo el profesor.
__ Un día usted me sustituirá en esta aula.
Esa es la única expresión que quiero recordar de alguien que marcó mi vida y  quién no podrá leer esta historia en la que llena de satisfacción y orgullo a toda una generación.

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